jueves, 19 de marzo de 2015

 A paso lento avanzaban aquellos dos carruajes por el Camino Real en su ruta que llevaba de Chihuahua a Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez), confiados sus tripulantes en que eran escoltados por una docena de hombres bien armados. Apenas habían entrado al desierto de Samalayuca una lluvia de flechas y balas les sorprendió. En pocos minutos todos estaban muertos y sus victimarios, guerreros apaches, los despojaban de sus cabelleras, se apoderaban de sus caballos y pertenencias para después prender fuego a los carruajes. Tras cometer el ataque, la partida de guerreros se dirigió a todo galope por las llanuras a la Sierra de la Candelaria, en el municipio de Ahumada, donde acampaban en unas cuevas localizadas en las inmediaciones de  las montañas.
Era el año de 1880, Chihuahua vivía el recrudecimiento de la Guerra Apache contra los blancos y pasajes similares se vivían lo mismo en el camino a Santa Fe, Nuevo México, como en Arizona, Texas y Chihuahua.
Los apaches habían decidido dar la última batalla por la subsistencia de su raza, rechazando ofrecimientos de paz del Gobierno de Estados Unidos y de los mexicanos, no por la benevolencia de los acuerdos, sino por las humillaciones recibidas en las reservaciones estadounidenses y asesinatos cometidos en contra de su pueblo tanto en un país como en el otro.


 La confrontación se daba por las dos formas distintas de ocupar los territorios del norte de América. Los apaches, de vida nómada y dedicada a la cacería de búfalos y bisontes, eran empujados por la colonización blanca al oeste y al sur de Estados Unidos, hasta atravesar las fronteras con México donde librarían sus últimas batallas.
Los robos de ganado en haciendas y ranchos mexicanos se convirtieron en su única opción para sobrevivir haciendo inevitable el choque con los chihuahuenses.


 Tras la guerra de 1848 entre México y Estados Unidos, las quejas de abigeato y contrabando se incrementaron y la situación se agravó, ya que en el producto de los robos participaba activamente el comercio estadounidense el cual intercambiaba armas y mercancía diversa a los apaches por ganado.

Los apaches verían su derrota en Chihuahua tras el retorno al gobierno del Estado del ganadero Luis Terrazas, en 1880, quien ya en 1863 los había combatido con fiereza.
“Estoy persuadido de que ese enemigo de toda civilización y sanguinario más bien por carácter que por ignorancia, solo cederá a la fuerza material”, decía el terrateniente más famoso que ha tenido el norte de México.


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